Lo primero que piden los moderadores del acto es que los periodistas apaguen las cámaras y que sus preguntas no sean insultantes porque pueden contravenir la Convención de Ginebra. Frente a ellos tienen a cuatro prisioneros de guerra del ejército ruso. La Convención establece que los presos no deben sufrir humillaciones públicas, algo que Naciones Unidas denunció en un informe del pasado marzo que se ha producido en ambos bandos. El centro de prensa de Kiev está inusualmente lleno. La cita es especial: de los cuatro combatientes del invasor apresados, tres son ucranios, de los territorios de Donetsk y Lugansk separados unilateralmente de Ucrania en 2014 y anexionados por Rusia en 2022.
El Ministerio de Defensa ucranio organizó el pasado viernes un encuentro para demostrar que Kiev aporta un trato digno y acorde con las obligaciones internacionales de la Convención de Ginebra a los prisioneros de guerra del ejército ruso. Los representantes del ministerio subrayaron que Ucrania, a diferencia del invasor, cumplía con estas normas. Los cuatro testimonios aparecieron con el semblante serio e iban vestidos con sus uniformes militares. Todos calzaban botas, excepto Eugene, un joven de 23 años procedente de la provincia de Donetsk que llevaba sandalias. Mientras el resto exponía su historia con dificultades y momentos de emoción, Eugene, el más locuaz del grupo, musitaba las palabras memorizadas que aportaría para relatar su caso. Según él, la mayoría de ellos son ucranios porque los prisioneros rusos prefieren no hablar en público para no sufrir represalias cuando regresen a sus hogares.
Los cuatro tuvieron palabras de elogio para las unidades militares ucranias que les apresaron. No hubo malos tratos, según sus testimonios. En tres de los casos, los soldados estaban heridos y fueron inmediatamente evacuados para ser hospitalizados. El único de los cuatro de origen ruso era un hombre de 59 años de Vladikavkaz, en Osetia del Norte. Esta persona se encontraba en prisión en Rusia, condenado, según sus declaraciones, por instigar levantamientos públicos. Unos representantes del Ministerio de Defensa ruso le obligaron a aceptar un contrato con el ejército para combatir en Ucrania. Su función en el frente, aseguró, era cavar trincheras.
Para este ciudadano del Cáucaso no hubo preguntas de los medios ucranios: su interés se centró en Serguéi y Nikita, dos antiguos compatriotas que admitieron querer ser intercambiados para poder volver a los territorios ocupados. Mientras Serguéi hablaba, dos periodistas ucranios sentados detrás del enviado de EL PAÍS intentaban ocultar sus lágrimas.
Serguéi es de Mariupol, la ciudad de Donetsk arrasada en el asedio ruso de primavera de 2022. Durante un año intentó ganarse la vida como albañil, en los proyectos de reconstrucción rusos de Mariupol. No tenía ni para comer, afirmó. Vio un anuncio del ejército ruso para alistarse en el que ofrecían un sueldo de 240.000 rublos mensuales —2.400 euros—. Le prometieron que serviría en la retaguardia, pero el pasado junio fue enviado al frente, donde fue herido y apresado. “Pido perdón por lo que he hecho”, dijo Serguéi. “Quiero que me intercambien por prisioneros de Azov”, añadió, refiriéndose a los militares del batallón Azov que resistieron hasta el último momento en el asedio de Mariupol.
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Los periodistas repitieron a Serguéi la misma pregunta: ¿por qué quiere volver a los territorios ocupados? Su respuesta fue siempre la misma: porque tenía (además de la ucrania) la ciudadanía rusa desde que Mariupol fue invadida y porque quería volver allí donde están sus allegados. Lo mismo sucedió con Nikita, un joven de 22 años de la ciudad de Lugansk. Él se alistó en el ejército de la República Popular de Lugansk —provincia separada unilateralmente de Ucrania con el apoyo ruso en 2014— antes de la invasión a gran escala de 2022. Fue apresado a principios de 2023, regresó a Lugansk en un canje de prisioneros y volvió a combatir, según él, obligado. Fue apresado una segunda vez, herido gravemente. Ahora, afirmó, quería ser intercambiado de nuevo para regresar a Lugansk y no volver al frente.
Ventajas sobre los apresados por Moscú
Petro Yatsenko, coordinador del sistema de atención a los prisioneros de guerra, enumeró las ventajas que gozan los presos rusos en comparación con los soldados ucranios en manos del invasor: están internados en centros de detención alejados de las zonas de combate, son libres de trabajar o no, tienen horas de descanso diarias, pueden comunicarse con sus familias, comen tres veces al día con alimentos de calidad y tienen espacios de plegaria, tanto para cristianos como para musulmanes. El domingo es su día libre y lo pueden aprovechar para jugar al fútbol.
Ni Ucrania ni Rusia aportan cifras de los prisioneros que tienen porque revelar este dato perjudicaría su posición en las negociaciones para el intercambio de presos que llevan a cabo a través de terceros países, según explicó el teniente Andrii Yusov, representante de los servicios de Inteligencia del Ministerio de Defensa. Según el Gobierno de Kiev, durante la invasión se han producido 48 canjes de prisioneros que han permitido retornar a sus hogares a 2.598 combatientes ucranios en cárceles rusas.
Yatsenko subrayó que la Cruz Roja visita regularmente a los prisioneros en el principal centro de reclusión, el de Lviv. La Misión de Monitorización de los Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ucrania (HRMMU, por sus siglas en inglés), responsable del informe sobre maltratos a prisioneros en ambos bandos, reconocía que en el lado ucranio hay mayor voluntad de cooperación con organizaciones internacionales, a diferencia de la parte rusa. Pese a ello, el documento de la HRMMU era muy severo con las Fuerzas Armadas ucranias, a quienes también acusaba de múltiples crímenes de guerra contra prisioneros rusos en el momento de rendirse y en los días posteriores durante los interrogatorios. “El informe de la ONU era desequilibrado porque mientras nosotros permitimos el acceso a los prisioneros [para ser entrevistados], Rusia no lo permite”, afirmó Yatsenko: “Lo han visto, han cambiado y esperemos que el próximo informe sea más justo”.
Sobre Serguéi y Nikita hay acusaciones de traición, atentado contra la soberanía ucrania y pertenencia a grupos paramilitares, que acarrean décadas de condena. No es el caso de Eugene. Este joven fue obligado por los servicios de seguridad rusos (FSB) a alistarse e ir al frente después de que se descubriera que gestionaba una cuenta de telegram opositora al régimen de Vladímir Putin. En una de las primeras acciones de combate desertó corriendo 400 metros mientras ondeaba una camiseta blanca para que un dron ucranio identificara que quería rendirse. Según Yusov, un 20% de los combatientes del enemigo apresados desertan para rendirse.
Partidarios de Putin en Donbás
Serguéi y Nikita indicaron que la mayoría de la población en los territorios de Donbás ocupados son partidarios de Rusia. “Entre la gente mayor, pueden ser el 90%, porque ven a Putin como la continuación de la grandeza de la Unión Soviética”, opinó Serguéi. Entre los jóvenes, pocos quieren la guerra, según explicó, porque conflicto en Donbás se había estancado y había vuelto cierta normalidad, aunque la mayoría, según avisó, tiene miedo a las autoridades ucranias. Nikita corroboró que su entorno en Lugansk cree cada vez menos en la política rusa, pero sigue teniendo pavor a una liberación ucrania.
“La propaganda rusa dice que son nazis, fascistas, que nos quieren destrozar, y antes del 24 de febrero [de 2022, cuando Rusia inició la invasión a gran escala de Ucrania], la propaganda nos avisaba de que los ucranios querían invadir Donetsk y Lugansk, y era mentira”. Estas palabras de Serguéi fueron recibidas con un pesado silencio. Una acción militar de Ucrania en Donetsk y Lugansk no podría considerarse una invasión, ya que estas provincias son reconocidas como parte de su territorio por las Naciones Unidas y la práctica totalidad de países del mundo.
Nikita y Eugene fueron preguntados por cuándo empezó lo que calificaron como “lavado de cerebro” contra su país. Ambos coincidieron que fue en la escuela, en 2014. Serguéi recordó vivamente a su director de estudios, un profesor de Historia que combatió en la guerra de Donbás y volvió lleno de odio contra Ucrania. Eugene, a diferencia de sus compañeros, no tiene intención de volver al Donbás ocupado, entre otras razones, porque los rusos han presentado cargos contra él.
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